sábado, 15 de octubre de 2016

De cuando me gradué (10/06/2016)

Todavía recuerdo cuando allá, por tercero de ESO, me dije: “quiero ser profesora”. 
No sé muy bien cómo, o porqué, pero lo sentía dentro de mí. Sabía que los peques me hacían sonreír, me imaginaba levantándome una mañana para ir al colegio a compartir el día con 25 de ellos, y realmente tenía ganas de hacerlo. Lo hubiese cambiado sin pensarlo dos veces por la clase de física, matemáticas o lengua. Pero es cierto, en realidad, lo que la Rebeca de tercero de ESO os diría es que quiere estudiar educación infantil porque le gustan los niños/as. Así de sencillo, y a su vez, así de simplista. La Rebeca que llegó a la facultad el primer año de carrera no era muy diferente. Seguía teniendo su infancia como la mejor etapa de su vida, y quizá por ello, por amor a recuerdos pasados, por buenos recuerdos, estaba allí, asustada, insegura y expectante, en el aula de la segunda planta, rodeada de caras desconocidas.
Soy de las que piensa que el cambiar de carrera es una posibilidad estupenda, que está siempre ahí si sientes que estás fuera de lugar, o que en lo que te has matriculado no es lo que esperabas… sobre todo cuando el sistema está –siempre bajo mi punto de vista- tan mal organizado que no tienes prácticas hasta el tercer año, y hasta que no lo vives en tus propias carnes no sabes cuáles son tus límites y cuáles tus ganas, y no puedes ser capaz de ponerlas en una balanza (pero todo eso es ya otro tema en el que no me apetece entrar, porque hoy es un buen día). El caso es que yo, desde que tuve mis primeras clases en la universidad, entrando en teoría, entrando en autores, encontrándome por suerte con algún que otro profe que me ha enseñado muchísimo, supe que aquello me gustaba. Que también me interesaba. Que poco a poco pero rápidamente, me llenaba. Y puedo decir de corazón que a día de hoy me apasiona. Cuatro años después de aquella incerteza, digo feliz que me apasiona el mundo educativo, con sus cosas buenas, y sus cosas malas. Me apasiona la infancia, y me apasiona hasta el punto de querer cambiarla en todos aquellos aspectos que todavía quedan por mejorar. Y por eso quiero ser profesora.
Quiero ser un apoyo y una guía. Quiero ser seguridad, empatía y cariño.
Quiero ser creativa, imaginativa y sorprendente. Quiero que los peques tengan ganas de entrar corriendo en clase, de querer ir al cole un lunes, de sentir curiosidad.
Quiero ayudarles a comprender sus emociones y a tratar con ellas. Que sepan vivir, no que sean felices. Que entiendan que la vida es sentirse contento, triste, frustrado o nervioso, pero no estar siempre alegres. Y que todo ello puede ser positivo si sabemos trabajarlo.
Quiero hacer de un aula un mundo nuevo. Quiero repensarla todos los días, a todas horas: cómo mejorar, cómo llegar a…, qué cambiar, qué dejar, qué eliminar. Dar al ambiente educativo el papel que creo debe tener.
Quiero ofrecer normas y libertad. Deberes y derechos. Quiero que exista la capacidad de ser, de expresarse, y de actuar de manera autónoma e independiente. De no sentirse juzgado. Pero también quiero que haya respeto y amor, que seamos conscientes de que vivimos en sociedad, y de que la libertad de uno acaba donde empieza la del compañero.
Quiero ser capaz de atender a la diversidad, a las necesidades individuales de cada uno. Enriquecernos con nuestras diferencias. E intentar llegar a cada una de esas diferencias de la manera más adecuada posible.
Quiero escuchar. ¡Cuánta falta hace escuchar a la infancia! Y quiero más: quiero que otros la escuchen, quiero que los peques sepan que tienen que ser oídos, y que tienen voz. Quiero que quieran tener voz, y que quieran ser escuchados. Y si se hace complicado, quiero que sepan que ahí voy a estar yo, luchando con y por ellos, por sus derechos, que tanto se olvidan…
Y quiero, por tanto, saber lo que ellos quieren, o lo que no. Ser esa persona que aprende junto a ellos, no la que enseña en el sentido tradicional de la escuela y la palabra.
Quiero que jueguen. Muchísimo. Que disfruten de sus tres, cuatro y cinco años…
Quiero estar siempre en constante cambio. No quiero dejar de aprender nunca, de formarme nunca, de autoanalizarme y de tender a la mejora. Porque la escuela es sociedad, y la sociedad está en constante cambio también.
Quiero querer a las familias. Quiero que sean parte de esto, que no haya barreras. Quizá que haya límites, porque cada uno es profesional en su campo, pero que entendamos que juntos, colaborando y dialogando, es el único modo en que los peques saldrán beneficiados. Y que es muy interesante la cooperación, porque tenemos mucho que aportarnos. Y que también para ellas quiero estar ahí, dando de nuevo seguridad y empatía.
Quiero trabajar en equipo. Con más profes y con el personal del cole. Quiero aprender de mis compañeros, y poder dejar que aprendan de mí. Intercambiar vivencias, opiniones… debatir, quizá discutir a veces, pero siempre tratando de dar lo mejor de mí, y de obtener lo mejor de los demás.
Quiero que mi aula esté abierta a la comunidad. No quiero que el cole sea algo aislado de la realidad que se vive fuera de él. Quiero que el cole sea vida. Un reflejo y una proyección de ella.
Quiero estar motivada, ilusionada, esperanzada. No quiero perder nunca de vista mis utopías. Y aunque me canse, quiero recordar que tengo una labor importante, una labor educativa y social, que ayude a crecer a las personas del hoy y del mañana.
Y quiero equivocarme. Porque así es como aprenderé, y porque el error es natural, es necesario y no es algo malo. Sino todo lo contrario. Y quizá por eso lea todo esto en unos años y esté en desacuerdo conmigo misma, o me haya olvidado de poner tantas y tantas cosas que quiero, porque lo cierto es que quiero muchas. En este terreno sí soy ambiciosa.
Y, ¿sabéis? Quiero ser la mejor en lo mío. Pero como pude escuchar decir hace poco a Mar Romera: “ya soy la mejor en lo mío”. Y eso nadie me lo puede discutir. Porque si doy siempre lo mejor de mí misma, mi cien por cien, mis cinco sentidos y el corazón, estoy siendo mi mejor versión. Así que sí, voy a ser la mejor en lo mío.
Y después de este manifiesto, no puedo acabar mi discursito sin decir que han sido cuatro años efímeros, y que han sido sin duda mi mejor etapa hasta el momento. He llorado, me he enfadado, me he frustrado y ha habido adversidades por el camino. Pero nunca he abandonado. Siempre he sido capaz de convertir las cosas malas en motor. Y estoy orgullosísima de cómo lo he hecho. Ha habido también muchas risas, alegrías y momentos de euforia. Me he ido diez meses fuera de España, y en ese período he madurado como nunca en mi vida, he hecho verdaderas amistades, y he aprendido que el cien existe, y es algo que también quiero: no olvidar nunca que el cien está ahí.
Y, por supuesto, he pasado estos cuatro años junto a personas maravillosas que no cambio por nada. Algunas son amigas, otras compañeras, unas están ahí desde primero, otras desde hace poco, pero son personas de las que me voy a acordar siempre, a las primeras que buscaré cuando mire la orla de aquí a diez años, y personas que serán compañeras de profesión, de las cuales me encantará aprender en un futuro, y estar en contacto. No es necesario que os nombre, porque sabéis quienes sois; incluso estoy segura de que hay personas en las que estoy pensando que no saben que pienso en ellas, pero que sí, que os tengo mucho cariño a todos, que me habéis dado una etapa estupenda, de la que me quedo con cosas buenas. Así que gracias y enhorabuena.
Hoy me gradúo y solo pienso en una cosa: quiero ser profesora.

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