miércoles, 2 de noviembre de 2016

New York

Lo cierto es que han sido solo cinco días, y que se han pasado en un abrir y cerrar de ojos. Pero como todo lo bueno, termina; y como todo lo que te enseña algo y que disfrutas, resulta intenso. 
Ha sido la primera vez que salgo de Europa, y ha sido extraño y emocionante. A pesar de que ningún otro lugar en el mundo más allá de mi cama me haga sentir en casa al cien por cien, cada nuevo viaje que realizo hace que me considere más parte del mundo, y me hace entender que un hogar puede estar en cualquier parte del planeta, y que cualquier parte de ese planeta puede hacerte sentir bien y sentir tú de una manera explosiva.

Supongo que esa es la magia de viajar...


Con cada nueva aventura más tiempo quiero estar fuera, porque, ¿qué sentido tiene no ver mundo? Si solo te da cosas buenas y te ayuda a crecer, a entender y a aprender.
Y cada vez disfruto más de las personas, y de la buena compañía. Porque necesito compartir lo que pienso y siento con alguien. Para mí, la vida es mejor así. Y cada año que viajo acompañada colecciono recuerdos maravillosos e imborrables, que sin duda no serían igual en soledad.


Nueva York me ha parecido de película. Y no es raro. Tantas y tantas personas lo dicen.  Al final lo ves así quieras o no, pero es que es cierto. Nunca olvidaré la primera vez que salí del metro hacia esos edificios interminables, esas luces tintineantes y ese bullicio, que nunca calla, que como ya sabes antes de vivirlo, nunca duerme.
Es una ciudad de contrastes: rascacielos e iglesias; puestos callejeros de comida rápida y restaurantes elegantes; gente de traje y mendigos en cada esquina; diversidad cultural en cada vagón del metro; barrios que no tienen nada que ver pero en los que siempre encuentras algo en común; arte callejero y un parque que siendo el pulmón de la ciudad, irónicamente, huele a mierda de caballo.
En Nueva York me he topado con pequeñas cosas dentro de esa bestial amplitud que posee la ciudad por su propia naturaleza, que son la clase de cosas que me llegan y me hacen entender la belleza del mundo, y me hacen disfrutar de la vida, y querer seguir viviéndola.
Y sin creer en el destino, creo en las casualidades. Y además de haber escuchado un par de canciones "de casualidad" por tierras americanas, nos encontramos con esta frase en un banco de Central Park -también, vaya, de esa maravillosa canción que todos conocemos- que no podría resumir mejor lo que pienso después de haber visitado Nueva York y volver a dormir en mi cuarto.


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